Otra batalla, otra victoria...
¿Pero a que costo?...
El conde de Marte, esta ves reencarnado en un simple policía en el planeta de los terricolas, se dejo caer, exausto contra una pared, pero una sonrisa suave se dibujó en su rostro cuando distinguió esas hermosas orbes doradas examinarle de cerca, como si aquello fuese lo más cotidiano del día..
Sangrar, casi morir...
Para ellos era cosa de todos los días..
No habia palabras, en ese momento ninguno arriesgaba a romper ese laso silencioso pero tan poderoso...
Con sumo cuidado el rubió ayudó a curar sus heridas, gestos tiernos, pero firmes, hasta que la sangre dejo de brotar de su costado...
Pero el conde lejos de preocuparse por su herida, solo queria una cosa, asegurarse, como en cada batalla, que lo que más atesoraba en el mundo seguia ahi...
-....-
Tomo al rubio del menton, para que le mirase a los ojos, y poderse ver reflejado en ellos, no eran muy demostrativos, no al menos de la forma en la que los terricolas estaban acostumbrasos, ellos tenian la sangre ariana corriendo por sus venas y eso los hacia esquivo a las palabras empalagosas o gestos demasiado emotivos.. pero algo era seguro...
Se amaban...
Un beso, iniciado por el menor, apenas un roce, un mudo ``aqui estoy´´ mientras se aseguraba que su conde, su guerrero de marte, estuviese cuerdo aún, y por sobre todas las cosas, que le amase más de lo que amaba a todo el planeta y el universo...
Porque uno era el universo del otro, asi de simple.. asi se amaban..
El mayor de los dos guerreros acarició la mano del menor, aquella que portaba un fino cintillo de oro en el dedo del corazón, un cintillo gemelo al que portaba el pelinegro, marcandolos como amante, y esposos...
Se quedaron ahí, quizas minutos, quizas horas, abrasados, agradeciendo poder vivir un día más junto al otro, porque, cuando se esta en guerra permanentemente, no sabes cuando puedes perder lo que más amas...
Por eso cada segundo juntos, era más que valioso...
¿Pero a que costo?...
El conde de Marte, esta ves reencarnado en un simple policía en el planeta de los terricolas, se dejo caer, exausto contra una pared, pero una sonrisa suave se dibujó en su rostro cuando distinguió esas hermosas orbes doradas examinarle de cerca, como si aquello fuese lo más cotidiano del día..
Sangrar, casi morir...
Para ellos era cosa de todos los días..
No habia palabras, en ese momento ninguno arriesgaba a romper ese laso silencioso pero tan poderoso...
Con sumo cuidado el rubió ayudó a curar sus heridas, gestos tiernos, pero firmes, hasta que la sangre dejo de brotar de su costado...
Pero el conde lejos de preocuparse por su herida, solo queria una cosa, asegurarse, como en cada batalla, que lo que más atesoraba en el mundo seguia ahi...
-....-
Tomo al rubio del menton, para que le mirase a los ojos, y poderse ver reflejado en ellos, no eran muy demostrativos, no al menos de la forma en la que los terricolas estaban acostumbrasos, ellos tenian la sangre ariana corriendo por sus venas y eso los hacia esquivo a las palabras empalagosas o gestos demasiado emotivos.. pero algo era seguro...
Se amaban...
Un beso, iniciado por el menor, apenas un roce, un mudo ``aqui estoy´´ mientras se aseguraba que su conde, su guerrero de marte, estuviese cuerdo aún, y por sobre todas las cosas, que le amase más de lo que amaba a todo el planeta y el universo...
Porque uno era el universo del otro, asi de simple.. asi se amaban..
El mayor de los dos guerreros acarició la mano del menor, aquella que portaba un fino cintillo de oro en el dedo del corazón, un cintillo gemelo al que portaba el pelinegro, marcandolos como amante, y esposos...
Se quedaron ahí, quizas minutos, quizas horas, abrasados, agradeciendo poder vivir un día más junto al otro, porque, cuando se esta en guerra permanentemente, no sabes cuando puedes perder lo que más amas...
Por eso cada segundo juntos, era más que valioso...
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